Stefan Zweig (Viena, 1881 – polis, Brasil, 1942) fue enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo como en la de novelista. Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo convierten en un narrador fascinante, capaz de seducirnos desde las primeras líneas.
«Se encontraba en esa edad decisiva en la que una mujer empieza a lamentar el hecho de haberse mantenido fiel a un marido al que al fin y al cabo nunca ha querido, y en la que el purpúreo crepúsculo de su belleza le concede una última y apremiante elección entre lo maternal y lo femenino. La vida, a la que hace tiempo parece que se le han dado ya todas las respuestas, se convierte una vez más en pregunta, por última vez tiembla la mágica aguja del deseo, oscilando entre la esperanza de una experiencia erótica y la resignación definitiva. Una mujer tiene entonces que decidir entre vivir su propio destino o el de sus hijos, entre comportarse como una mujer o como una madre. Y el barón, perspicaz en esas cuestiones, creyó notar en ella aquella peligrosa vacilación entre la pasión de vivir y el sacrificio.»
Ha habido unanimidad en el grupo, todas de acuerdo en que Stefan es unos de los mejores escritores europeos. La novela sobresale por los típicos personajes de una sociedad que nos queda muy lejos pero que describe tan bien que nos sumerge en el ambiente. Hay un sentimiento universal que nos ha llegado a todas y es la descripción del paso de la infancia a la juventud, hay otro tipo de sentimientos como el amor, traición, odio que se van sucediendo y son narrados con la maestría a que nos tiene acostumbrados este autor austriaco.
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